Desde pequeños nos educan para buscar la respuesta correcta, y si no la tenemos nosotros buscar un libro que “parezca que la tenga” y memorizarla. Pero el mundo es mucho más caótico de lo que nos gustaría, y esto lleva a que una vez que salgamos al mundo laboral tengamos que lidiar constantemente con problemas para los que no hay respuesta
Recordando cómo solucionabamos estas situaciones de pequeños, tendemos a acudir a “profesores” en este caso llamados “expertos”, que son personas que han alcanzado un grado de conocimiento sobre cierto tema y que asumimos que nos podrán ilustrar y guiar.
Sin darnos cuenta de que en realidad muchos de estos expertos carecen del conocimiento necesario para hacer predicciones en el mundo real, los distintos bias que tenemos pueden llevar a que consideremos que somos mucho más inteligentes de lo que somos, efecto Dunning-Kruger, y que otros consideren que sabemos más de lo que entendemos en realidad, bias de prueba social y bias de confirmación.
De esta forma, incluso cuando empezamos a considerarnos como adultos, no somos más que niños en una llamada mundo, que buscan constantemente respuesta de los maestros de cada campo. Pero antes de seguir, veamos porque la mayor parte de expertos tienden a fallar al hacer predicciones.
Saber de un campo no implica ser capaz de hacer predicciones
Consideramos a los expertos como personas que tienen gran conocimiento sobre un campo y que les permite hacer predicciones a corto plazo en contextos limitados y típicamente idealizados. Los experimentos que se realizan en un laboratorio siempre se hacen usando condiciones lo más simples posibles que permitan estudiar la hipótesis de interés.
Esto se hace porque cuanto más simple sea el experimento, menor será el coste y mayor la facilidad a la hora de reproducir el experimento. Esto no es nada malo, ya que para poder entender algo tenemos que ser capaces de entender las partes más simples, reduccionismo, y sus interacciones entre ellas, interaccionismo, pero tiene sus límites.
De esta forma, que alguien sea un experto suele indicar que es capaz de tener éxito en predicciones dentro de un contexto altamente controlado, pero el mundo no es así.
Un ejemplo de esto es como cada vez que se ha intentado predecir el precio del petróleo, en todos los años que se ha hecho y con el número de intereses implicados y por lo tanto capital, nunca se ha logrado acertar.
Otro tipo de expertos a los que nos solemos referir son los empresarios de éxito y podríamos pensar que como su trabajo implica hacer predicciones y tener éxito dentro de un contexto altamente complejo, su criterio debería ser fiable.
Pero de nuevo caemos en el bias de confirmación, en nuestro deseo de querer que alguien sea un experto en cierto tema y capaz de predecir el futuro, sobre todo si es un futuro que nos beneficia, y olvidamos todas las veces que estos expertos han fallado, y nos centramos únicamente en sus victorias.
Otro bias que entra en juego en este tipo de situaciones es el llamado bias de la ley de los números realmente grandes.
La ley de los números realmente grandes hace referencia al hecho de que con suficiente cantidad de intentos es posible que ocurra algo por muy improbable que parezca a nivel estadístico. De esta forma, debido al enorme número de negocios que existen en todo momento y que se crean cada día, es posible que muchos de ellos alcancen el éxito únicamente por suerte, sin tener ningún factor que los mantenga.
Ejemplos de esto son las páginas web que se vendieron por precios enormes únicamente por tener dominios de palabras simples como puede ser riqueza, invertir o conceptos parecidos.
Esta ley se suele aplicar al mundo sobrenatural, pero algunos “casos de éxito” del mundo de los negocios no podrían estar más cerca de este concepto.
Todos estas razones llevan a que sea mala idea aceptar las suposiciones de los expertos sin intentar entender qué hay detrás, y esto no se debe a que no estén haciendo un buen trabajo, sino simplemente a cómo funciona nuestro cerebro.
Intuición y evolución
El ser humano lleva pocos años desarrollando su civilización comparado con el tiempo que lleva existiendo la especie del Homo Sapiens, y esto significa que muchas de las características que tenemos hoy en día fueron “diseñadas” y “seleccionadas” por su utilidad para sobrevivir en un ambiente más primordial.
En el contexto de una especie cazadora recolectora, ser capaz de sacar el máximo provecho de la información que tiene en el momento, y poder sacar conclusiones rápidas de lo que ven es mucho más útil en términos de supervivencia que ser capaz de entender porque se ha tomado cierta decisión.
Le damos muchas más importancia a la “realidad” que observamos sin cuestionar hasta qué punto esta realidad es cierta y hasta qué punto la realidad que vemos está controlada por nuestras vivencias y experiencias.
Debido a ello el caos nos desconcierta, siempre estamos buscando formas de entender la causalidad entre distintos elementos, aun cuando sabemos que la información a la que tenemos acceso puede no ser suficiente para sacar una conclusión real. Nuestra aversión a la pérdida, lleva a que deseemos que nuestros modelos sobre el futuro sean ciertos
Un ejemplo de esto es como nuestra comprensión de la estadística lleva a que se dé el fenómeno de la “falacia del jugador”, o falacia de montecarlo. La falacia del jugador explica porque tendemos a pensar que después de lanzar una moneda y que salga cara 10 veces, debería salir cruz.
A nivel lógico entendemos que la probabilidad de que salgan ambos lados de la moneda es del 50% pero en lugar de asumir que esto tiene sentido cuando hablamos de un número suficientemente alto de lanzamientos, la falacia de montecarlo nos lleva a pensar que debería salir el lado opuesto para equilibrar el número. Pero esto es falso, cada lanzamiento siempre tiene una probabilidad del 50% sin importar que haya salido antes
La supervivencia de nuestra especie siempre ha estado ligada a nuestra capacidad de comprensión y aprendizaje y esto lleva a que “tengamos un miedo instintivo” a no entender cómo funciona algo y las relaciones de causalidad.
Esto acaba causando otro tipo de bias o falacia, conocida como la ilusión del control, que explica cómo aceptamos relaciones de causalidad falsas para conseguir un sentimiento de seguridad y control. Un ejemplo es como al lanzar dados se tiran con más fuerza si queremos un número alto o con menos si queremos un número bajo, o como a veces se grita el número que queremos que salga, aun cuando esto no tiene ningún efecto, a menos que estemos compinchados con la persona que tira o reparte.
Por eso no podemos acabar de confiar del todo en los expertos, y por eso no siempre aciertan, porque es humano caer en trampas para explicar la causalidad que pueden o no ser ciertas y que muchas veces solo se confirman por el bias de confirmación.
Cómo evitar caer en la ilusión del control y la falacia del jugador
Lo primero es aceptar que la información que tenemos en todo momento es limitada, y que la información que creemos que tenemos no siempre tiene porque ser cierta y por lo tanto, el primer paso es evitar el exceso de confianza.
Sesgo del optimismo
El exceso de confianza, es algo que todos tenemos en mayor o menor medida, y se basa simplemente en creer que sabemos más de lo que sabemos con certeza, lo cual lleva a que midamos mal las probabilidades y los riesgos reales y que por lo tanto caigamos en el sesgo del optimismo.
Esto se traduce de dos formas:
1)Confianza excesiva en lo que creemos cierto. Por eso la gente puede llegar a jurar algo, solo para que minutos después acepten que no se habían equivocado
2)Modificar la interpretación real de las probabilidades de algún suceso y asumir que en nuestro caso es menor probable
Ambas formas nacen como una estrategia para ayudarnos a recuperarnos más rápido si fallamos, es una forma de ser más proactivos cuando no estamos seguros de algo del todo, lo cual es necesario hasta cierto punto porque nunca hay nada seguro hasta que pasa, y a su vez nos hace más resilientes ante los problemas. De forma que aunque este exceso de confianza sea un problema a la hora de decidir, habria veces en las que no podríamos decidir sin él.
Exceso de confianza en la experiencia y poca capacidad de aprendizaje del pasado
Otra de las razones por las que las opiniones de los expertos suelen fallar, se debe al llamado bias o sesgo de la disponibilidad, que simplemente explica cómo le damos más importancia a lo que tenemos delante o hemos oído recientemente, no porque sea objetivamente mejor sino porque nuestra memoria prioriza las memorias a corto plazo.
Al intentar solucionar un problema solemos pensar que estamos teniendo en cuenta todo lo que sabemos, pero sin darnos cuenta estamos limitados en la información a la que tenemos acceso y por lo tanto reducimos nuestra probabilidad de acertar.
El segundo problema se debe a que confiamos en la experiencia más de lo que deberíamos, y sin darnos cuenta las “predicciones del futuro”, son en realidad expansiones de las tendencia e ideas del momento. Esto reduce nuestra capacidad de adaptarnos, porque pensamos que lo que ya conocemos seguirá, y seguramente lo haga unos años, pero es poco probable que lo haga durante décadas y ahí es donde nos equivocaremos.
Y relacionado con este problema está la tendencia que tenemos a formar parte de grupos y nuestra necesidad de formar parte de ellos para sobrevivir a nivel profesional
El efecto de la presión social
Para ser considerado un experto en cualquier campo, se ha de conseguir que otras personas nos consideren como tal, es decir uno no es experto únicamente por lo que realmente sabe, sino por lo que otros creen que sabe y cuanto peso le dan a sus palabras
De esta forma, los que llegan a ser considerados expertos suelen ser los “líderes” de cierto movimiento o forma de pensar que tiene un peso dentro de su comunidad, y debido a que su poder viene dado por esa comunidad, es poco probable que tiendan a alejarse de las ideas del grupo y que muchas de sus ideas pasen de ser ideas a ser opiniones.
Y las opiniones carecen en muchos casos de rigor. De esta forma, por el simple hecho de recibir la etiqueta de experto, podemos perder parte de la libertad que nos podría haber llevado tener un mejor criterio.
Todos estos, y muchos más, son bias que afectan a nuestra capacidad de decisión y de los que muchos de nosotros no somos conscientes. Pero de la misma forma que darnos cuenta de que podemos relajarnos es la clave de meditar, en el caso de los bias simplemente saber que existen nos permite crear formar de contrarrestar su efecto o reducirlo.
Conclusión
La conclusión final no es que no necesitemos expertos o que no haga falta hacerles caso, un gran ejemplo es en el campo de las vacunas, no seguir la opinión experta de ponernos vacunas para enfermedades letales está llevando a que muchas de ellas vuelvan a ser un problema. Por eso, la clave no es no hacer caso a los expertos, sino simplemente cambiar nuestra relación.
No está mal buscar expertos y aprender de ellos, pero debemos aceptar que seguramente ninguno vaya a tener la razón siempre, y que por lo tanto en lugar de aceptar y creer a los expertos nuestro trabajo es aprender de los temas y crear nuestras propias ideas. Y como hoy en día es casi imposible debido a la infinidad de temas, lo mejor que podemos hacer res conseguir personas de cuyo criterio nos podemos fiar y que puedan actuar como nuestros ojos en cada campo.

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